Por Martín Vera
Estamos a unas cuantas horas de que se efectuó eel cambio de poderes, en el
poder ejecutivo de la unión. Afortunadamente, a diferencia de la toma de
protesta de Felipe Calderón, en esta ocasión el presidente electo Enrique Peña
Nieto, asumió el mando en el Palacio Legislativo de la Cámara de Diputados,
frente a diputados y senadores. Con esto, se canceló totalmente cualquier
riesgo de inestabilidad y ruptura constitucional, con lo que finalmente parecen
aprenderse las lecciones de estos siete años de conflicto entre los órganos de
gobierno.
Parece que al fin, la clase política están aprendiendo, con salvedades, las duras
lecciones del pasado, en el sentido de que a nadie conviene el tono de rispidez
y encono entre los partidos políticos, ya que termina por contaminar a las
instituciones del Estado y, con ello, a generar inestabilidad en el conjunto de
la sociedad.
Desde 1994 se vino consolidando en el país un contexto de
pluralismo. En las elecciones de ese año el PRI vio casi igualar los municipios
gobernados por otros partidos a los suyos. En la elección de 1997, de plano
perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, que había sido suya por
casi todo el siglo XX. Desde 1997 hasta estos años, en un gobierno dividido, no
de mayorías, sino de minorías, la convivencia fue muy difícil. El corolario del
enfrentamiento se dió durante el sexto informe de gobierno de Vicente Fox, al
que no dejaron entrar en la Cámara para presentarlo y tuvo que hacerlo fuera de
ella, a pesar de lo que señala la Constitución Política. Calderón, de plano no
pudo presentar ningún informe en el Congreso, ni siquiera tomar posesión en
ella y la colocación de la banda presidencial fue casi un asalto al poder
Legislativo.
El mensaje a la ciudadanía fue totalmente negativo y,
coincidentemente, desde entonces hemos vivido un creciente conflicto entre
instituciones, organismos civiles y, evidentemente, la clase política. Esta
tensión se ha extendido a todos los espacios de la sociedad, en lo que se
denomina efecto espejo, enturbiando todo tipo de relaciones. Frente a ello, la
clase política se vio pequeña, miserable y oportunista, sin valorar la
necesidad de dignificar a las instituciones y de mandar una señal de civilidad
a la sociedad.
Para quien no lo sepa, estimado lector, por ejemplo, en el
caso del congreso norteamericano, cuando se está en desacuerdo con un
presidente, en particular con algún aspecto de su discurso frente al poder legislativo,
la protesta se expresa dejando de aplaudir, por una sencilla razón: La clase
política ha aprendido la necesidad de mantener la dignidad de la institución
legislativa, porque no es de los partidos, sino que es la representación del
pueblo, así, clara y llanamente.
Por ello, el hecho de que termine Enrique Peña tome protesta
en el poder legislativo, en el seno de la Cámara de Diputados, abre esperanzas
de que se inicie una nueva época de respeto a las instituciones y a la voluntad
popular, que es la fuente del poder que la clase política, le guste o no, ejerce
en sus curules, en sus escaños y en los propios Pinos.
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