El mayor logro de los sistemas educativos del siglo XX fue
asegurar el acceso de prácticamente todos los niños y niñas en edad escolar a
las aulas. Sin duda fue un éxito importante, en el contexto de las enormes
desigualdades y exclusiones que nuestras sociedades tienen y aún mantienen.
Sin embargo, es una herencia insuficiente para asegurar la
calidad educativa. El siglo XXI reclama el desarrollo de nuevas habilidades y
competencias en sus miembros, que la escuela organizada industrialmente no es
capaz de ofrecer. Los resultados educativos, en casi todas partes del mundo,
muestran esta carencia y conseguir los resultados esperados, en el siglo XXI,
requiere necesariamente un cambio de paradigmas.
Una verdadera transformación de los sistemas educativos requiere
volver a poner el foco en el aprendizaje de cada niño y niña, y por lo tanto,
la capacidad para desarrollar soluciones diferenciadas, que consideren las
características, intereses, habilidades y progreso de cada estudiante.
Las tecnologías disponibles en el siglo XXI, nos permiten por
fin mantener el logro de una educación masiva, democrática e inclusiva, pero
diferenciando ahora la oferta educativa de manera de ofrecer a cada estudiante
lo que requiere en su contexto específico. Hacia allá debe caminar la calidad
educativa, acorde a una idea cierta del tipod e persona que deberá resultar
para la mitad del siglo XXI.
En fechas recientes la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico, informó que nuestro país se ubica en el tercer lugar,
entre los países con el mayor número de jóvenes entre 15 y 29 años de edad que
no están estudiando, que no están empleados, ni dentro de la fuerza laboral. Es
decir, los jóvenes que están en tal situación abarcan un universo de 1 millón
931mil personas, que se encuentran en el rango de 15 a 19 años; 2 millones 673
mil tienen de 20 a 24 años; y 2 millones 622 mil restantes tienen de 25 a 29
años. Hablamos de cerca de 7 millones de jóvenes.
Asimismo, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática mencionó que más de 5.3 millones de mexicanos mayores de 15 años
permanecen sin saber leer ni escribir, lo cual es inaceptable y vergonzoso, a un
siglo de la Revolución Mexicana. Es decir, en sentido opuesto a la elevación de
la escolaridad, todavía tenemos un alto porcentaje de analfabetismo, del que se
llama estructural, que condena a la miseria a quien lo padece.
En esas condiciones, la calidad educativa no solo debe
incidir en los procesos de contratación, desarrollo y despido de maestros, sino
también en cuestiones sustantivas como las condiciones que hacen posible la
permanencia y aprovechamiento de los alumnos y la solución a los graves
problemas estructurales de la enseñanza, que tienen que ver no sólo con
controles sindicales y políticos, sino con salarios, colegiaturas, falta de
investigadores, plazas no permanentes, pésimos salarios y pagos por hora, la
mercantilización de las universidades y escuelas, la elusión de derechos
laborales y otros, que hacen que muchas veces la actividad educativa se
transforme en una actividad secundaria y complementaria, como ocurre en las
universidades. Es, pues, un problema más integral de lo que se ha advertido
hasta ahora.
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