miércoles, 20 de enero de 2010

PRD: esperanza perdida

La izquierda nunca pierde la esperanza, que seguirá pujante desde diferentes trincheras políticas, ávida de que un partido en México la represente, pero no será el Partido de la Revolución Democrática.

A sus 20 años de existencia, el PRD pasa por la peor crisis de su historia, y posiblemente se encamina hacia su caída sin regreso.

Las crisis son generalmente percibidas con espíritu de catástrofe. Sin embargo, las crisis son siempre esa línea delgada entre el progreso o el retroceso. Entre la transformación o la pasividad. Son el momento perfecto para progresar y crecer. Son la oportunidad de transitar, cambiar, reformar y revolucionar.

Al tomar protesta como nuevo Presidente del PRD, Jesús Ortega expresó: “Reformar es volver a creer”. Era la oportunidad del Partido de reconocer sus errores y abrirse a la crítica. De dejar atrás su movimiento condicionado por facciones o personajes. De entregarle su movilidad a la organización, acompañada de certidumbre en sus instituciones partidarias y sus militantes. De construir el Partido desde abajo. Era el momento de dar el salto hacia la institucionalidad del Partido.

Pero el miedo electoral de perder escaños en el Congreso, que de todos modos, se perdieron, así como importantes municipios en el país, inmovilizó al PRD dejándolo en absoluta pasividad al capricho de las corrientes y a expensas de las decisiones de López Obrador, que impactaron en el resultado negativo del PRD.

La falta de decisiones contundentes y valientes ha dejado al PRD sin esperanza. No se logró el fortalecimiento de su caudillo, aunque fuera a costa de la institucionalidad del partido. Ni tampoco se logró el fortalecimiento del partido, a costa de la aplicación del estatuto , y resultados electorales negativos.

REFLEXIÓN A 20 AÑOS DE HISTORIA.

El Partido de la Revolución Democrática se constituyó formalmente el día 5 de mayo de 1989. De acuerdo con Schumpeter , un partido es un grupo cuyos miembros se proponen actuar concertadamente en la lucha competitiva por el poder político. El PRD nace con la firme convicción de sacar al PRI del gobierno y redefinir las reglas electorales. Es por ello que sus expectativas parecieron haberse cumplido el día 2 de julio de 2000 con la salida del PRI del gobierno federal. Pero en realidad sus convicciones y principios se fueron construyendo a lo largo del tiempo, conforme se recuperaban las convicciones históricas de los ciudadanos y militantes que le dieron origen. Sus líderes más influyentes con el poder en la mano lo fueron deformando por un sentido natural de supervivencia y conservación de lo obtenido, sin mirar más hacia el futuro.

Después de 20 años esta organización política se encamina aceleradamente a perder su identidad clara de lucha, de ideología, de organización territorial e, inclusive, de fuerza electoral en el país, para convertirse en un partido de minoría legislativa.

Su credibilidad ha dependido en todo momento de las dos figuras presidenciales que ha tenido el partido: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Sus decisiones y opiniones han impactado sobremanera el accionar del Partido. Este es el caso de la crisis generada por López Obrador en las elecciones del 5 de julio, quien decidió apoyar a los candidatos del Partido del Trabajo y de Convergencia, en donde los candidatos del PRD no le eran afines. Este hecho, por supuesto, tuvo impactos negativos en los resultados obtenidos por el PRD, que disminuyeron en 8 millones de votos, pasando del 29 al 12 por ciento de la votación emitida.

El PRD ha sido conocido y reconocido por la Internacional Socialista como la representación de la izquierda en México . El PRD no representa sólo un esfuerzo político más en el sistema de partidos en México sino que es hasta el momento la representación en el presente de la historia de los movimientos sociales y de la lucha de las minorías por sus derechos y garantías individuales aunque las ambiciones y caprichos personales de quienes ostentan el poder en el interior del Partido hayan poco a poco tergiversado estos hechos.

En un país presidencialista, el PRD no debería conformarse con espacios en la Cámara de Diputados, o con algunos municipios y diputados locales. Debería ser una premisa la búsqueda del poder político desde la Presidencia de la República. No basta con haber contribuido a la derrota del PRI si al final el gobierno federal se queda en manos de otro partido político (PAN). Participar en las reformas electorales o convertirse en la segunda fuerza política del país no es suficiente. Sin embargo, desafortunadamente, la tendencia de sus caciques locales de preferir no perder sus pequeños feudos imposibilita la lucha en conjunto articulada por un objetivo de mayor envergadura. De hecho, el PRD se ha estancado en una lucha interna que no le permite redefinir sus convicciones y principios.

Entre la élite del partido existen grandes diferencias en las posiciones políticas que tienen que ver principalmente con la relación con el Gobierno Federal. Y, entre la base, el desencanto y la confusión: ¿Es o no es el Gobierno Federal de Felipe Calderón un gobierno usurpador? ¿Se debe hablar, reconocer o negociar con él, como Presidente de la República? ¿Existe un Gobierno Legítimo o es un gobierno de sombra?

La confusión deriva de las posiciones que toma la burocracia partidaria por un lado, y, por el otro, Andrés Manuel López Obrador.
Es importante destacar que no pretendo opinar y analizar el movimiento de izquierda amplio y difuso, que incluso ha perdido las fronteras de los partidos políticos, y donde todos los actores del PRD se encuentran inmersos. Solamente pretendo limitarme a las fronteras que representa el Partido de la Revolución Democrática.

Según Burke, un partido es un cuerpo de hombres unidos para promover, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca del cual todos están de acuerdo. Cuando no hay unidad para promover un principio particular, cuando los intereses personales están por encima del interés nacional y cuando no todos están de acuerdo en los principios de acción, podemos asegurar que no estamos hablando de un partido político. El PRD no ha logrado su maduración como partido político y sigue siendo un movimiento de facciones o dependiente de sus protagonistas y antagonistas. Un movimiento que, al no lograr su institucionalización, tiende a la desaparición.

CONCLUSIONES

Las fases de desarrollo como partido político del PRD que están claramente identificadas son: faccionalismo y polarización. Comenzó la expansión en medio de la crisis. Pero en ningún momento hubo señales para comenzar con la institucionalización. El costo electoral y la pérdida de los pequeños feudos de algunos dirigentes fueron razones suficientes para no iniciar este camino. El PRD no será un partido político consolidado, ni mucho menos institucionalizado. La esperanza se ha perdido.

Al echar una mirada al pasado inmediato es inevitable considerar que el PRD ha traicionado su historia, su congruencia, sus valores, y que se ubica en el mundo global de los partidos de izquierda como un partido tercermundista en su espectro internacional.

De conformidad con los principios de la Internacional Socialista, el concepto de democracia se basa en los principios de libertad e igualdad. Pero ni igualdad en la competencia, ni libertad de los votantes, han sido características de las elecciones internas del PRD. La elección del Presidente Jesús Ortega se rodeó del escándalo, pero en la elección de candidatos realizada el 15 de marzo del 2009 se silenciaron los fraudes, la inequidad en la competencia, la discrecionalidad en las resoluciones, la intervención de gobernantes a favor de algún pre-candidato. Sin embargo, la falta de escándalo no es un indicador de elecciones democráticas. Porque la verdad se corrompe con la mentira, pero más aún con el silencio.

El PRD se concibió en su creación como el partido de la democracia, de la constitucionalidad, de la dignidad del pueblo y del progreso.

Pero es un partido de la democracia que no escucha la voz del pueblo porque impone sus decisiones oligárquicas. Un partido de la constitucionalidad que no respeta el Estado de Derecho electoral porque su órgano jurisdiccional sólo responde a los intereses de corriente. Un partido de la dignidad del pueblo que se lucra con la pobreza de la gente para ganar las elecciones internas. Un partido del progreso que no crece en su militancia libre y consciente, sino sólo en su corporativismo. Un partido que sólo es el reflejo de la penumbra, en la que sus dirigentes no están dispuestos a perder un solo espacio de sus pequeños feudos. Es un partido que traiciona su origen.

Los documentos básicos del Partido establecen que el PRD no busca el poder por el poder mismo. Sin embargo, el reparto por cuotas de todas las candidaturas, sin importar las capacidades legislativas o gubernamentales, no enaltece dicho principio. La ciudadanía exige representantes populares preparados para gobernar. La improvisación y la ocurrencia no son una buena carta de presentación.

La política que postula el PRD se basa en la ética, los principios democráticos, la crítica y la autocrítica constructiva.

Sin embargo, la ética se pierde con la mentira y el amago, los principios democráticos sólo se exigen hacia el exterior, incluso es razón de su nacimiento como Partido, pero hacia el interior los principios democráticos se olvidan, se archivan bajo el argumento “acuerdo mata estatuto”.

La crítica y autocrítica constructiva se percibe como una intención de amago o de ataques personales. La inmadurez institucional no escucha el grito de la congruencia y la libertad, por el contrario, sólo percibe la acidez de los argumentos, y reacciona con la discriminación, la sanción, la exclusión y el veto.

La política que postula el PRD en sus documentos básicos es de acción honesta y responsable. Por el contrario, la realidad del PRD, ha permitido y ha sido complaciente con la actuación corrupta e irresponsable de algunos de sus gobiernos donde se enaltece la máxima de “el respeto a la corrupción ajena es la paz”.

La política que no demuestra preocupación por el futuro de la humanidad es inmoral y no merece respeto. Y las corrientes en el PRD actúan por lo inmediato, pero ello se pierde en lo inmediato, y dejan de lado la discusión y el debate sobre los temas importantes del País.

En el 2002 concluía que si el Ing. Cárdenas no daba paso a otro candidato a la presidencia, podríamos enfrentarnos a un nuevo ciclo de desarrollo de un nuevo nombre para el movimiento de izquierda, incluso, un nuevo Frente Democrático Nacional en torno a una figura reconocida, que ya no sería Cárdenas. Y la desaparición irremediable de lo que actualmente conocemos como PRD.

Sin embargo, sí dio paso al Lic. Andrés Manuel López Obrador, pero la posibilidad de que la historia lo recuerde como el que fortalece y destruye al PRD es cada vez más inminente . Incluso podríamos enfrentarnos a un nuevo ciclo de desarrollo para el movimiento de izquierda, un movimiento con origen en el Frente Amplio Progresista (FAP) que sea encabezado por López Obrador. Y, por tanto, a la desaparición electoral de lo que actualmente conocemos como PRD.

El ascenso del Frente Amplio Progresista (FAP) como brazo destructor del PRD no es catastrofista. Pero la falta de conciliación entre la burocracia partidaria representada por el presidente electo Jesús Ortega y el liderazgo social del movimiento, Andrés Manuel López Obrador, puede llevar a la debacle del PRD.

La otra posibilidad cada vez más lejana es que las instituciones internas del PRD actúen con absoluto apego a la legalidad sin consideraciones facciosas. El costo electoral será muy alto, pero sólo así se lograría romper con la potencia imperialista, llámese como se llame.

Ningún candidato, por más arrastre de masas que tenga, es dueño absoluto del partido, no puede estar por encima del Partido, sino dentro del Partido, con todo lo que ello implica en derechos y obligaciones.

Se reconoce tanto a Cuauhtémoc Cárdenas como a López Obrador su gran liderazgo y aportación para el fortalecimiento del PRD. Sin embargo, ningún partido en su proceso de institucionalización puede permitir el absolutismo de un líder.




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